...esa ceremonia mediante la cual se pretende simular la existencia de un Estado que no existe
El
nacionalismo, un término que pone los pelos de punta a no pocos
historiadores –en su nombre se han cometido todo tipo de tropelías,
además de haber sido el origen de buena parte de los más sangrientos
conflictos bélicos–, ha logrado maquillar su turbio pasado etimológico,
pero sigue careciendo de un sustento ideológico que lo diferencie de
otras opciones políticas, siempre que convengamos en la inexactitud de
considerar ideología la explotación publicitaria de todo aquello que
diferencia a un colectivo del resto del planeta –básicamente la misma
estrategia que emplea cualquier marca comercial para ganar cuota de
mercado–. Tal carencia le obliga a recurrir a los sentimientos para
justificar su propia razón de ser y sumar adeptos, y esos sentimientos
descansan, en buena medida, en los símbolos. De eso saben mucho, por
citar un ejemplo recurrente, los grandes clubes de fútbol, convertidos,
por mor de una simbología de tintes pseudobélicos, en factorías de
producción y venta de toda suerte de estandartes y uniformes de campaña.
Por
ello, el hecho de que la hasta ahora Radio Canaria haya pasado a
denominarse, de un día a otro, Radio Nacional de Canarias, cabe
considerarlo un paso más en ese proceso de reafirmación insaciable que
caracteriza a las organizaciones nacionalistas.
El uso de una bandera
autonómica que transgreda la norma estatutaria, la apertura de órganos
de representación en el extranjero, el apoyo a supuestas selecciones
deportivas nacionales o la creación de instituciones tan caricaturescas
como la Academia Canaria de la Lengua forman parte de esa ceremonia
mediante la cual se pretende simular la existencia de un Estado que no
existe, acaso como vía para presionar al poder central y exigir su
creación.
A
los nacionalistas, como a cualquier otro colectivo, les asiste el
derecho a realizar cuantas reivindicaciones deseen y con la intensidad
que les plazca, siempre respetando los límites que marca la legislación
vigente, incluso con vistas a modificar dicha legislación. En el caso de
estas islas podemos felicitarnos de que la inmensa mayoría de quienes
profesan tal sentimiento se enmarquen dentro de la moderación y el
sentido común. Pecan, no obstante, de una vehemencia extrema que les
lleva a confundir la parte con el todo y, desde los cargos de gobierno, a
adoptar decisiones que requerirían del visto bueno de una mayoría clara
de los representantes políticos, tal y como ha vuelto a comprobarse con
el premeditado, nocturno y alevoso cambio de denominación de la,
supuestamente, radio de todos, que con dicha decisión se escinde
voluntariamente de la vocación de aglutinación social con la que
supuestamente nació. Para disgusto de muchos de sus profesionales y
oyentes, se ha convertido en un símbolo.
Fuente: ABC, España
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