martes, 30 de septiembre de 2008

La radio y la palabra

Cuarenta años de radio sobre mis espaldas son muchos años y mucha radio. Cuarenta años de profesión elegida, disfrutada y teniendo siempre presente algo que puede explicarse con una sencilla frase: «Por una radio mejor, si no tiene nada interesante que decir, cállese». Y esta frase, a modo de consigna o slogan, lejos de perder vigencia es hoy más que oportuna ante el desmadre verbal que padecemos, unos por pasiva y otros por activa. En la radio, en una amplia porción de la radio española de ahora mismo, se habla mucho y, lo que es peor, se habla mal. Y no me refiero a los aspectos gramaticales (mala utilización del vocabulario e indebido uso de la prosodia y la sintaxis,cuestiones que merecen todo un comentario aparte) sino a esa vaciedad que reina en muchas intervenciones ante el micrófono, incluso a la hora de abordar temas de altura, evidenciando la falta de preparación o, al menos, de una documentación de urgencia, del profesional, por llamarlo de alguna manera. Es lo que define el experimentado teórico Wilfredo Braschi en su libro Las mil y una caras de la comunicación, la trivialidad como norma, refiriéndose a la actitud generalizada de ciertos presentadores que confunden frivolidad con naturalidad.

Pero al margen de estas consideraciones, tenemos que admitir que existe un empeño casi patológico por rellenar de palabras las ondas hertzianas. Hablar por hablar; mucho bla bla bla, tratando de aparentar un universo de conceptos y argumentos por descubrir y ofrecer al oyente, quien, a fin de cuentas, prefiere la concisión a la retórica y la concreción al circunloquio. Y es algo probado científicamente que en el medio radio hay que emplear las palabras justas, necesarias, para exponer las ideas con claridad. No olvidemos que el mensaje radiado tiene una existencia efímera, porque las palabras se las lleva el viento, mientas que la atención del receptor (radioyente) decrece en proporción directa al aumento de la oratoria del emisor (comentarista, locutor, etc.) Los directivos de la KOML, una influyente emisora de Denver, en el estado norteamericano de Colorado, llevaron a cabo en 1977 un estudio mediante el cual descubrieron que se había producido un sensible descenso de la audiencia. El motivo no tardó en salir a flote: la emisora había prescindido de sus locutores habituales y había contratado a dos comentaristas de enorme prestigio pero de soporífero estilo.

Cierto segmento de la radio española, sin ánimo de señalar y mucho menos de incordiar, mantiene una programación pendular entre la prédica y el chismorreo, aunque el chismorreo, en su sentido más abyecto, es patrimonio de ciertas televisiones. En este caso, el programa radiofónico, mal llamado magazine, dispone de una estructura muy simple a base de diálogos interminables e insoportables con personajes o personajillos (entre los que no suelen faltar vividores de la política) apostillados con las ocurrencias, no siempre felices, del entrevistador de turno. En ocasiones, demasiadas, se recurre a la tertulia o debate en la que el sectarismo político de algunos contertulios ahoga todo atisbo de imparcialidad y credibilidad.

.Por suerte, la radio, en esencia y potencia, continúa siendo un medio con enormes posibilidades; con un lenguaje que, como afirmaba Bertolt Brecht, «espolea la imaginación» y que, a pesar de sus limitaciones, recibe, por sus características de inmediatez, flexibilidad y fiabilidad, el interés y la atención de millones de personas en todo el mundo. La radio, aún siendo un medio habitual y cotidiano que vive y nos hace sentirnos vivos cada día, posee la sugestión de lo invisible que la convierte en algo mágico. Y es la magia, precisamente, la que aviva la elocuencia de la radio, sin necesidad del abuso o el mal uso de las palabras.

¿Y el profesional? Este es el primer eslabón de la cadena comunicadora. El profesional, en un sentido genérico, es el que puede mantener o destruir el prestigio y la credibilidad del medio, porque él también ha conquistado ese prestigio que le aleja, por suerte, de aquella especie de operario que en otro lejano tiempo era socialmente infravalorado y al que hace cáustica referencia Woody Allen en el sketch promocional de su película Días de radio, cuando un personaje le ruega a su acompañante: «No le digas a mi madre que trabajo en la radio. Ella cree que soy pianista en un prostíbulo». Irónicas exageraciones aparte, aquella imagen se borró para siempre, quedándole al profesional de la radio de hoy la indudable responsabilidad de utilizar con inteligencia la principal herramienta de la comunicación humana: la palabra.

DIEGO PEDRO LÓPEZ ACOSTA
Fuente: La Verdad, España

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