miércoles, 2 de julio de 2008

Historias de radio

La radio de casa

LUIS ALONSO-VEGA Cuando LA NUEVA ESPAÑA me propuso seguir, valga la expresión, con el experimento del año pasado en la época del estío, no sólo me pareció muy bien, sino que aporté la discreta idea de no cansarles demasiado con mis lecturas infantiles y de pubertad y sí aportar, contar, sobre esas cosas viejas que aún nos quedan en las casas y que otros, quizá más prácticos en dejar sitio a otros elementos más modernos, se han desecho de ellas.

El título no es original mío, sino de un sobrino, hijo de un hermano que, visitando mi casa, vio el aparato de radio y dijo espontáneamente: «¡Mira, la radio de casa!». Y, claro, tuve que pararle los pies ante la posibilidad de que intentase presentar una «tercería de dominio» -es abogado, así que ojito con él- y yo me quedase sin el aparato en cuestión. Porque la radio en sí tiene historia, y emotiva, para mí, pero el susodicho sobrino y ahijado por demás nació siete años después. Les cuento.

Yo recuerdo la radio de capilla que había en mi casa (otro día les hablo de ella), que cada nada se estropeaba y mi padre llamaba a uno de los Toyos, propietarios de Radio Asturias, que, por amistad, se la arreglaba y le ponía lámparas por demás. Y eso que, para que no sufriese los golpes de la tensión eléctrica, tenía un voltímetro. Mi padre fallece el 31 de diciembre de 1954 y, tal como mandaban los cánones de la época con el luto riguroso, la radio obligatoriamente se enmudece y sólo se pone a las horas de los «partes», creo recordar, asimismo, dos y media y diez de la noche. ¡Ah!, y muy bajito para que los vecinos no se enterasen de esta «frivolidad».

Pasado casi un año y empezando a levantarse «la veda» del luto, a mi hermano se le apetece comprar algo mejor y entonces el bien conocido establecimiento de la calle de Uría, de Oviedo, Radio Turic promocionaba el cambio de «su viejo aparato por uno nuevo». Convencimos a nuestra madre e hicimos la operación. En cuanto a los precios de uno y otro, ya no me atrevo a definirme. Lo que sí fue, en aquella Navidad de 1955, una revolución total la, permítanme la expresión, entrada triunfal del nuevo aparato Philips, modelo BE 552-A, con cuatro ondas (media, pesquera, dos anchos de corta), fono para poder acoplarle un giradiscos, tonos graves y agudos, «ojo mágico», ferrocaptor para encontrar mejor la emisora y cable con antena exterior de espiral que se ponía en el techo.

Han pasado casi cincuenta y tres años y la radio sigue funcionando perfectamente con sus lámparas y «ojo mágico» originales. Mi amigo Andrés, técnico en su día de Philips, lo único que hizo fue añadirle en su interior un pequeño transformador para que desterrase el grande y pesado que yo utilizaba y así poder enchufarlo a la corriente de 220/230 voltios. Con este aparato escuchamos la BBC, Radio París, La Voz de América, Radio Habana y, cómo no, hasta la «Pirenaica». Vendrán otros tiempos, otras «Lunas de verano», pero aquéllos ya no vuelven. Y a mí el aún estupendo Philips BE 552-A me ayuda a recordarlos.

Fuente: La Nueva España, España

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