domingo, 20 de mayo de 2012

ESPAÑA: La radio que fue de todos

  • ...esa ceremonia mediante la cual se pretende simular la existencia de un Estado que no existe


El nacionalismo, un término que pone los pelos de punta a no pocos historiadores –en su nombre se han cometido todo tipo de tropelías, además de haber sido el origen de buena parte de los más sangrientos conflictos bélicos–, ha logrado maquillar su turbio pasado etimológico, pero sigue careciendo de un sustento ideológico que lo diferencie de otras opciones políticas, siempre que convengamos en la inexactitud de considerar ideología la explotación publicitaria de todo aquello que diferencia a un colectivo del resto del planeta –básicamente la misma estrategia que emplea cualquier marca comercial para ganar cuota de mercado–. Tal carencia le obliga a recurrir a los sentimientos para justificar su propia razón de ser y sumar adeptos, y esos sentimientos descansan, en buena medida, en los símbolos. De eso saben mucho, por citar un ejemplo recurrente, los grandes clubes de fútbol, convertidos, por mor de una simbología de tintes pseudobélicos, en factorías de producción y venta de toda suerte de estandartes y uniformes de campaña.

Por ello, el hecho de que la hasta ahora Radio Canaria haya pasado a denominarse, de un día a otro, Radio Nacional de Canarias, cabe considerarlo un paso más en ese proceso de reafirmación insaciable que caracteriza a las organizaciones nacionalistas. 

El uso de una bandera autonómica que transgreda la norma estatutaria, la apertura de órganos de representación en el extranjero, el apoyo a supuestas selecciones deportivas nacionales o la creación de instituciones tan caricaturescas como la Academia Canaria de la Lengua forman parte de esa ceremonia mediante la cual se pretende simular la existencia de un Estado que no existe, acaso como vía para presionar al poder central y exigir su creación.

A los nacionalistas, como a cualquier otro colectivo, les asiste el derecho a realizar cuantas reivindicaciones deseen y con la intensidad que les plazca, siempre respetando los límites que marca la legislación vigente, incluso con vistas a modificar dicha legislación. En el caso de estas islas podemos felicitarnos de que la inmensa mayoría de quienes profesan tal sentimiento se enmarquen dentro de la moderación y el sentido común. Pecan, no obstante, de una vehemencia extrema que les lleva a confundir la parte con el todo y, desde los cargos de gobierno, a adoptar decisiones que requerirían del visto bueno de una mayoría clara de los representantes políticos, tal y como ha vuelto a comprobarse con el premeditado, nocturno y alevoso cambio de denominación de la, supuestamente, radio de todos, que con dicha decisión se escinde voluntariamente de la vocación de aglutinación social con la que supuestamente nació. Para disgusto de muchos de sus profesionales y oyentes, se ha convertido en un símbolo.

Fuente: ABC, España

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